sábado, 28 de junio de 2008

inertes

Se sientan y entre puchos y happy hour de bar berreta se preguntan internamente – ¿qué mierda hago acá? Formaban parte de un rito que procedía indefectiblemente a lo cuasi-indecente y buscaba hacer un poco más correcto lo impropio. Entonces ahí sentados se miraban esbozando una sonrisa incómoda y encogida con la que (hablando en criollo) uno mira a alguien que lo vió en bolas. No coincidían en nada, escuchaban diferente música, les gustaban diferentes tragos, concurrían a diferentes lugares, ni siquiera tenían amigos en común para así poder contar aunque sea alguna anécdota pelotuda, nada. Entonces, ineludiblemente terminan hablando de relaciones anteriores y sobre todo lo que conllevan (siempre hay algo de lo cual todavía quejarse o burlarse y es eternamente más fácil hacerlo con un completo desconocido que nunca va a poder venirte con un “mira justo vos que antes decías que…” y toda esa sarta de pavada). Ella piensa –siempre los hombres hablan sobre sus ex. Él también. Suena medio boludo, pero así son las cosas. Otra cuestión en la que reflexionan mientras el otro habla de vaya a saber que es cuanto aunque-no-lo-crean contiene el otro. Me refiero a cuánta individualidad, singularidad y otras palabras terminadas en dad. No es que se hayan prejuzgado sino que cuando estuvieron sintieron al otro tan vacío, frívolo, como si no tuvieran nada que decir, como si ni siquiera escondieran una persona adentro. De repente se ríen y suspenden aquello en lo que pensaban. La conversación se vuelve (después de 40 minutos) realmente interesante. Es seductor y fascinante ese instante en el que (capaz por no conocerse) no tienen nada que reprocharse, nada que ocultarse, nada que desdecir, verdaderamente nada que los comprometa. Entonces pueden hablar libremente porque aunque sean apenas un paso más que completos anónimos que se acaban de cruzar no le adeudan nada al otro. De una vez entienden que están ahí para vivir ese momento “unos días después de” que se debían por pura educación. Por lo menos cuando un tercero les pregunte sobre el otro, pueden decir que se conocen y sentirse moralmente mejor y también, de alguna forma, podrán saludarse si se cruzan en alguna fiesta X o en un futuro cercano cruzar una simple conversación en el msn de: hola, ¿Cómo estás? ¿Qué hacés hoy a la noche? y bla bla bla (ustedes saben). El único detalle con el que no cuentan es que involuntaria y distraídamente ya perdieron esa cuestión que resulta tan afable y cordial del “no nos debemos nada”. Y en aquella noche en la que no tenían nada que hacer en algún momento va a amanecer y el café va a estar demasiado fuerte, la casa totalmente desordenada, el perro completamente insoportable y él le va a preguntar -¿cómo dormiste? Entonces todo aquello del “vestite y andate” y “-¿te pido un remis? Desapareció. Todo muy bonito para la amiga que lo mira desde la primera fila pero para ellos que lo viven algo se desgastó. Con mala suerte todo sigue con un café en la semana. De repente lo impredecible del misterioso ser nuevo se vuelve totalmente previsible. Ya saben que el postre preferido del otro es el queso y dulce, que tiene una afección extraña a los sahumerios y que odia los arpegios. ¿De quién es la culpa? No se sabe. No hay nada más pelotudo que las preguntas sobre cualquier cosa que se respondan con “la sociedad”. Simplemente me queda por resaltar que los seres tenemos una especie de esencia que tiende a arruinar las cosas pero sin ella seríamos una especie de organismo de pura materia, un ente que solo existe pero no coexiste. Entonces hay que conformarse, no pretender ser la flor que solo florece por florecer sin verdadera entidad. Sí, al neófito puede sonarle un poco incoherente por eso mismo: Punto final.

jueves, 5 de junio de 2008

Lyon

Tengo una idea. Hoy en vez de irte tan lejos y dejarme tan seca hagamos lo que nunca hacemos siempre. Despertate a las 11, date una ducha helada, ponete tu sobretodo umbrío, trepá el vehemente 152, pedí 1 peso y venite hasta Belgrano. Caminá hasta Federico Lacroze como jamás haces (con un paso imperceptible) y bajá por la boca del subte de Olleros como ninguna vez pero eternamente bajás. Sentate en la primer butaca del quinto vagón y abrí tu libro de Cortázar en la página 85 como muy de vez en cuando todos los días hacés. Cuando llegues a la estación de Palermo leé en voz alta “Y después de hacer todo lo que hacen, se levantan, se bañan, se entalcan, se perfuman, se peinan, se visten, y así progresivamente van volviendo a ser lo que no son” y mirá por la ventanilla como en la vida diariamente hacés. Seguro como siempre la vieja de al lado te va a mirar inaudita y el mismo tipo barbudo de ningún día va a pasar con el Aleph de Borges en la mano (debe ya haberlo releído 4 veces o capaz recién lo empieza) como hace medio año. Bajá la cabeza y salteá un par de páginas como desde que aprendiste a leer nunca siempre haces. Cuando diga “If sickness overtakes you, if old companion shakes you and through this world wander all alone, if friends you’ve got not any, in your pockets not a penny’’ deberías estar ya en Facultad de Medicina. Descendé y caminá hasta el Segundo vagón (vos sabés que le tengo debilidad). Buscame bien, voy a usar el sombrero de mano verde inglés que uso para las ocasiones peliculescas y el tapado que le trajo Claudia de Liverpool a mamá por los 80. Sentate al lado, esperá 5 minutos y espiá (casi como escrutando en mi intimidad) lo que leo. “Si lo pensás en plurar todo cambia’’. Cruzamos miradas y nos bajamos en Catedral por primera vez en la vida como todos los 14 de mes. Vos cruzás para dar la vuelta hasta Olleros de nuevo, yo hago la combinación con la B como nunca siempre hago. Después de 5 años nos cruzamos en la estación de Lyon y sutilmente con un acento muy porteño me preguntás: quelle heure est-il? (como nunca pero siempre hacés).